Análisis de La Hora de las Moscas: Un nuevo libro de Alejandro Marcos (Otra opción): Enfocando la mirada en la sociedad: Alejandro Marcos publica La

El mundo literario se prepara para recibir con entusiasmo la última obra del reconocido autor Alejandro Marcos, quien nos presenta su más reciente creación: La Hora de las Moscas. Esta nueva publicación se erige como un análisis profundo de la sociedad contemporánea, permitiendo al lector reflexionar sobre los aspectos más críticos de nuestra época. A través de sus páginas, Marcos nos invita a enfocar la mirada en la sociedad, revelando las sombras y luces que la componen. En este sentido, La Hora de las Moscas se convierte en un libro que no solo nos hace pensar, sino que también nos insta a reflexionar y criticar los mecanismos que rigen nuestra realidad. ¿Qué nos depara este nuevo trabajo de Alejandro Marcos? ¿Cuáles son los temas que aborda y cómo los aborda? En las siguientes líneas, profundizaremos en el análisis de esta obra que promete dejar huella en el mundo literario.

Desvelando el misterio: Alejandro Marcos nos sumerge en

Desvelando el misterio: Alejandro Marcos nos sumerge en 'La Hora de las Moscas'

En los últimos meses hemos podido disfrutar en Motel Margot de varias entregas de terror español, novela de terruño, Lovecraft peninsular… temblores patrios. Hemos disfrutado de temblorosos estadios como el turbio y deslizante gusano de Naturaleza muerta de Emilio Bueso (solo queda agarrar la linterna con las pilas más gastadas y descender las escaleras roídas que llevan al sótano. ¿Lo notas? Es el agua que se filtra desde la albufera) o la fronteriza turolense de subterráneas alimañas de ANTE DIOSES INDIFERENTES de Iván Ledesma (Que la despoblación nos mantenga peligrosamente desprotegidos frente a las hambrientas manifestaciones de la tradición), también de las viñetas de Carlos Giménez y su mar monstruoso, el alarido en la noche de Marina Enríquez desde Argentina o los exabruptos de Amanece en ciudad despojo de Mario Rivière. Y más que está por llegar, desde David Jasso hasta Gemma Files. Pero hoy, esta noche, en la hora imperecedera en la que la noche se harta de legañas y cadáveres de nonatos, hablaremos de La hora de las moscas de Alejandro Marcos, editado por Plaza&Janés, una novela de espíritus rurales, de afónicos griteríos en la Castilla despoblada, de heridas mal curadas que siguen en su afán purulento década tras década.

La hora de las moscas está ambientada en Curva de Arla, un pueblo de Castilla, una visión maldita de una obra de Miguel Delibes, abundante en personajes bien construidos (profesores de instituto atrapados por el tiempo y el espacio, sacerdotes pesarosos, planos albañiles de instintos primarios…), de ausencia de reglas en un mundo que no se rige por lo científico, en esa simbiosis tétrica que se acaba formando, con un cementerio como puerta del mal, el mal implacable y construido a base de memoria, espíritus o «pesares», que funcionan como elementos sardónicos de podredumbre completa y los protagonistas.

La novela nos sumerge en un mundo de tiempo de silencio, monólogos, la idea cristina de Satán como algo muy lejano, entrañas, hurañas almas empobrecidas que no entienden que sus vidas se han podrido, sangre pura, sangre antigua, adorar a las sombras, buscar cuerpos jóvenes, corazones no estropeados. La mirada sobre los personajes, que comienzan el viaje incrédulos para terminarlo en una mezcla de angustia y sensación de ausencia de protección. Lenguas de duende, tractor, sangre y sed. Separación de máscaras, una batalla, la narrativa como el alma, con la idea de que un lápiz está contenidas todas las historias, hasta la más humilde, con sus respectivas imágenes.

Cito: «La bala que lo mató se quedó enganchada de mi mano», y vuelvo a citar: «Veo al bisabuelo llegando a la Curva y veo a la Curva alegrándose». Los saltos temporales son nutritivos, bien documentados, desde el de la niña Rosario en 1905, monstruosa y deforme, con una madre deseosa de bohemia y happening, hasta la historia de tragedia en el final del siglo XIX, con fuego, infidelidad y vergüenza, casi en una terrible historia de violencia vicaria, enfebrecida por el qué dirán y los alcoholes.

Me gusta el esfuerzo por una literatura social enclavada en la narrativa clásica del terror, una España difusa que se amedrenta ante el terror máximo de la Guerra Civil, pero que se mantiene sumida en tradiciones ancestrales, en la sangre como sumidero intratable de las desgracias. La soledad de Prudencio, la soledad de Bernarda, 1805, cuando el mundo rechaza la noche y acepta las tinieblas, demonios negros de Miguel Delibes, susurros preñados de Luis Cernuda.

O 1965, donde, con una gran pluma, lo moderno se confunde con la tradición y, pesar de la separación de décadas no hay atisbo de cambio. La idea de los apellidos, Medina, Castro, Castillo, el incesto, la pólvora, las mutilaciones, toda una caterva de terrores capaces de materializar e introducirse entre los habitantes de Curva de Arla, un enjambre de personas que resiste el deterioro social del entorno rural. Mujeres vestidas de negro, niñas y moscas, cuchillos y cuchillas, todas bien afiladas.

El tío Raúl de Lidia, con su pasado atrapado en minas y carbones, humerales que pudren lo que tocan, el calor como sustento del insecto que avanza, sea metafórico o converso en sus huevas. Bernarda, Carlos, Pilar, Saúl, Rosario. Un cuatro de julio, una presencia de corte antiguo, el calor que hierve el alma y arrastra hacia la locura. El frescor pútrido de la tormenta pesada. Todo se mezcla en una novela habilidosa, donde funciona a la perfección la idea de los estadios intermedios, las almas rabiosas, la apertura de puertas.

Hay momentos estremecedores, como la escena del baño en el lago y cómo arrastra con su terrible barro todo el resto de la novela, también la imagen de cómo el agua de lluvia se mezcla con la sangre y todo es fango/muerte, muerte en vida: se confunden en las sombras los cuerpos de los vivos con el habla de los muertos. Un embalse, un susurro de cigarra, cómo el hospital es el lugar donde lo aséptico se rebela contra lo sobrenatural. Una carbonera, el 9 de julio, el 30 de octubre. Castilla bella en la tierra y en la sangre, en el cuerpo y en la noche.

Esta vez son humildes y vengativas almas que no descansan, no los terrores cósmicos que parecen haber recuperado fama últimamente, lo que hace que, junto a la manera de tratar las muertes, por pena o accidente, los distintos espacios temporales y los secretos que se ocultan (circulando bajo tierra, como malas semillas que germinan y vuelven), hacer de la sangre y el huerto, de la familia que entrecruza, una novela muy potente, tanto para el habitual lector del terror como para el que se quiera acercar a un trabajo brillante desde el punto de vista literario.

Ángel Calvo

Soy Ángel, un periodista apasionado de la verdad y la objetividad en El Noticiero, un periódico independiente de actualidad nacional e internacional. Mi misión es informar a nuestros lectores con la mayor rigurosidad y transparencia, para que estén al tanto de las últimas novedades de forma imparcial. Con años de experiencia en el mundo del periodismo, me esfuerzo por investigar a fondo cada noticia y presentarla de manera clara y concisa. ¡Sígueme en nuestras plataformas para mantenerte informado de todo lo que sucede en el mundo!

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