El poeta Aitor Francos analiza la condición humana en su nueva obra 'Estar ahora'

El poeta Aitor Francos analiza la condición humana en su nueva obra 'Estar ahora'

El reconocido poeta español Aitor Francos presenta su última creación literaria, 'Estar ahora', una obra que profundiza en la condición humana y explora los misterios y contradicciones de la existencia. A través de sus versos, Francos busca desentrañar la complejidad del ser humano, analizando las emociones, pensamientos y experiencias que nos definen como seres humanos. Con 'Estar ahora', el autor nos invita a reflexionar sobre la esencia de nuestra existencia y a cuestionarnos sobre el sentido de la vida. Esta nueva obra es un viaje introspectivo que nos llevará a explorar los rincones más profundos de nuestra alma.

Aitor Francos analiza la condición humana en su nueva obra 'Estar ahora'

Aitor Francos nos presenta uno de los libros más sugerentes de los últimos años. Poesía de sal, lluvia y recuerdo, estructurada en la repetición de una tríada de versos, construyendo una sensación de rítmica estacional que se entrega al lector, empapado de las formas sencillas y lujosas a la vez.

El patio, los patios, las flores, los árboles, pájaros que solo se vislumbran una vez y, claro se convierten en únicos: el instante en el que lo contemplas y el animal en sí mismo. Igual que el sol pierde la juventud cada día, ella luna es capaz de provocar la mareas: «Con cada luna/ejercicios de estío/de la marisma». La misma luna que soporta búhos, que se esconde, vanidosa, tras las nubes, entre las colinas y las plazas.

Lugares de mar, de montaña, de ermitas y cultivos, salvajes y cincelados. Solo una gasolinera se encuentra fuera de lugar y tiempo, pero comparte un instante con los protagonistas del verso: «Nevando cruza/una gasolinera/la gata en celo».

Entregados a versos de emoción desbordante en su aparente quietud: «Contemplación/lo que no es invisible/respira luz». Ahí donde existió infancia también florece la melancolía del tiempo: pasados variados, aviones de papel o arena de playa. Por eso el esqueleto de las estaciones se endurece, presente una y otra vez, estaciones en su condición doble de únicas y cíclicas, de momento irreparable y marcador de vida.

La primavera que pasea, diseñadora de una adolescencia presumida, el verano que acumula hechizo, la maravilla de lo cotidiano: «Día festivo/la nieve se levanta/sin madrugar». En el invierno se hace entrega el protagonismo a la nieve, con su formato cambiante, que nos ofrece sus múltiples copos, y comparte la pureza con la flor del cerezo. El otoño, un corte limpio de la vida, navega en el río, que prepara la consecuencia natural de la nieve o la lluvia, capaz de actuar como espejo, cama o vehículo.

El patio se humaniza

El patio se humaniza, ajeno a las miradas, solo el poeta está presente, hasta señala el inexacto lugar que corresponde a un pueblo fantasma, ahí donde la piedra (que es cuerpo de asfalto), entre el sol y la luna, la luz y la sombra. El suelo, el alquitrán, se descubre al paso del satélite y la estrella.

El sol es vigía y trofeo, el sol es Teseo y rupia: «Ciprés aún joven/la niebla del camino/les hace soñar». La luna es tumulto de amor en la noche, cómplice del amor, en cartas y sobres. La luna, que, al menguar, se convierte en cuchillo. Así que, recuperando y resumiendo, nos acercamos a versos como: «Si miro al patio/sigo siendo aquel niño/y no anochece».

La noche y el día

El día se fue emborrachando con el paso de las horas, se dejó acunar por el sol, que lo animaba y ebrio llegó al atardecer, se le había hecho el día largo, así que esperando la luna buscó el frescor: mira cómo lo llevan sus compadres, le limpian de sol las legañas, transparentes de la ginebra. Y así: «En el recuento/del bosque, faltan sombras/noche intranquila». Y la noche: «Entre los grillos/la noche recupera/sus antigüedades», ahí donde se encarga de lanzar el veneno de su niebla, devolviendo cadáveres cuerpos todavía bellos (aún falta tiempo para comenzar la descomposición): vida y muerte, tierra y mar.

Un juego de contrarios, de compañías: «En todo el mar/la misma plenitud/del camposanto», la muerte otra vez: «Casi sin fuerza/entierra la hojarasca/frutos podridos». Y repite: «No sabe el tiempo/desordenar el cuarto/del hijo ausente». Mar y luna, como en los versos: «Barco varado/no sé cómo el mar/sigue en camino».

La naturaleza y la vida

Cactus, limoneros, rosales, olivos, magnolias, roble, rosales, amapolas, poto, pimiento, bambú, trigal, ciprés, centeno, alcornoque, el romero que se impone, el poto (x2), cardos, acacias, tulipán y encimas. Un humilde espárrago. Almendro, zarzal, chopo, alhelíes y robledal.

Babosas, gatos, mochuelos, mariquita, palomas, gata, burro, mosca, mariquita, palomas, gata, burro otra vez, mosca, mariposa, mosquito, hormigas, cuervo, perro, pájaro, avispón, caracol, mosca, mariposa, lagartijas, mariquita por tercera vez, mirlo, gato, hormiga, grillo, gaviotas, petirrojo, estornino, bicho bola, gato, búho, palomas, escarabajos, grajos, polluelos, jilgueros. Moscardón, caracol, mosquito, cigarra.

Un catálogo de belleza

Esto es Estar ahora, un libro atemporal, unas palabras que no necesitan del tiempo o que, más bien, lo recogen en sus versos, a través de imágenes poliédricas, que ofrecen una visión del sabor último. Quizá este sea el mejor de los resúmenes: «Casa de pueblo/la noche la sostiene/con telarañas».

Un catálogo de belleza, donde tres versos, haikus, acatan su papel de alimento, rumiantes, que se dejan pulir con la fresca arcilla de la poesía. Sin restos de alquitrán o neón, Estar ahora de Aitor Francos editado por Pre-textos, es un libro que nos acerca a la esencia humana.