En el año 1896, Charlotte Cooper se convirtió en la primera mujer en participar en los Juegos Olímpicos, abriendo las puertas a una lucha por la igualdad de género que ha llevado 124 años. Desde entonces, las mujeres han ido ganando terreno en el mundo deportivo, superando obstáculos y rompiendo barreras. Sin embargo, no ha sido hasta la edición de Tokio 2020 que se han alcanzado los primeros Juegos Olímpicos Paritarios, donde el número de mujeres y hombres participantes es igual. En este artículo, repasamos la historia de la lucha femenina en los Juegos Olímpicos y celebramos este gran logro hacia la igualdad de género en el deporte.
Un paso adelante: Los Juegos Olímpicos de París, los primeros paritarios en términos de participación de hombres y mujeres
Los Juegos Olímpicos de París 2024 van a ser los primeros juegos paritarios en relación al número de hombres y mujeres participantes. 5.250 atletas de cada género participarán entre el 26 de julio y el 11 de agosto en las XXXIII Olimpiadas modernas.
El Comité Olímpico Internacional (COI) cumple así con la 11ª recomendación de la Agenda Olímpica 2020, que establecía el 50 % de cuota participativa de las mujeres en los Juegos y promovía la introducción de pruebas con equipos mixtos, que serán una veintena de las 329 que compondrán las Olimpiadas.
La lucha femenina en los Juegos Olímpicos
La participación de las mujeres en los JJ. OO. se inició oficiosamente en la segunda edición de las Olimpiadas modernas, celebradas también en París en 1900. De los 997 atletas, 22 fueron mujeres, compitiendo en cinco disciplinas: tenis, vela, crocket, hípica y golf.
Es frecuente afirmar que en aquella época las mujeres apenas practicaban deporte, como si eso se debiera a un interés ínfimo por la actividad física y no a una política sexual que defendía una rígida segregación entre hombres y mujeres jóvenes, y en la que el deporte desempeñó un papel central.
El cristianismo muscular y la exclusión de las mujeres
El proyecto educativo del creador de los Juegos Olímpicos modernos, Pierre de Frédy, barón de Coubertin, se enmarcó en lo que se ha denominado cristianismo muscular, un movimiento que consideró el deporte central para formar a los jóvenes (varones) en la fe y la virilidad.
Coubertin vio en el ejemplo inglés una solución a la pobre preparación de los franceses para la guerra. Con el tiempo, ensalzó también el potencial diplomático del deporte para mantener la paz entre imperios.
Esta asociación del deporte con la lucha entre naciones, el imperialismo y la guerra arrasó con versiones más lúdicas y plurales del deporte y dio lugar a unas Olimpiadas que Coubertin concibió como exclusivamente masculinas y celebratorias de una supuesta superioridad blanca.
La lucha por la igualdad y la paridad
Las Olimpiadas no incorporaron amablemente a las mujeres. De hecho, los JJ. OO. fueron esenciales en el proceso de masculinización del deporte moderno, y solo una actitud vindicatoria consiguió que la presencia de las mujeres se ampliara y oficializara.
Una figura clave en este proceso fue Allice Milliat, quien, ante la negativa del COI a ampliar los eventos olímpicos abiertos a las mujeres, fundó en 1921 la Federación Internacional de Deporte Femenino (FSFI) y organizó ese mismo año las I Olimpiadas de mujeres, a las que siguieron tres más y otros cuatro Juegos Mundiales.
Falta de paridad en la ejecutiva del COI
La paridad, aunque sea una reivindicación históricamente feminista, puede ocultar otras motivaciones: seguir teniendo el control. De hecho, la Carta Olímpica recogió en 1996 el compromiso del COI a promocionar la presencia de mujeres a todos los niveles y en todas las estructuras, particularmente en los comités ejecutivos de las organizaciones deportivas nacionales e internacionales con vistas a la estricta aplicación del principio de igualdad entre hombres y mujeres.
El dogma de la segregación sexual, que sustenta también la propia paridad, es uno de ellos. Defendido para proteger supuestamente a la categoría femenina, la separación de sexos ha marcado las decisiones de las respectivas federaciones cada vez que una atleta ha puesto en cuestión la superioridad masculina.
Por otra parte, Francia ha vetado la participación en su equipo olímpico de las atletas con velo, mientras que jugadoras en diferentes disciplinas se revelan contra la imposición de indumentarias que las sexualizan.
Los cuerpos de las deportistas siguen siendo uno de los principales objetos de regulación de los comités ejecutivos. Al fin y al cabo, mientras la segregación sexual sea el principio organizativo, siempre tendrá que preservarse una diferencia que la justifique.
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